Ven. Despacito, no te acerques mucho, que me da por temblar.
Acuérdate de los primeros pasos, de todo lo que callabas y de todo lo que reías. Aquellos milenios de satisfacción autónoma y mecánica en los que no importabas nada, no era nada personal, ni tú ni nadie. Cada fracción de latido que transcurría sin ser más o menos importante que el anterior, así, sin pena ni gloria, como una operación matemática, como una ejecución en la edad media, como alguien que camina mientras canta.
Todos y cada uno de los momentos sin importancia que tuvieron lugar el uno detrás del otro hasta que se abrieron unos ojos, y se marcharon unos cuerpos. Cada suspiro que pasa hasta llegar al tacto de unas manos a una piel que no es la tuya. Cientos de segundos dispersos en el aire que se transforman en moléculas del humo que desprende el cigarro que apagas justo antes de detener el tiempo en una luna. El tiempo en una nota. El tiempo en unos brazos más grandes que el mismísimo universo custodiado por todos y cada uno de los dioses del Olimpo. Y todas las deudas que me quedarán a partir de aquí sin yo saberlo. Deudas ante las cuales me declaro insolvente desde ya. Es imposible devolver un sístole sin un diástole que le ayude a contraerse.
A tus manos, las gracias por amarrarse así, con ese nervio húmedo a mis caderas. A tus ojos, las gracias por hablar más de lo que en su profunda existencia sabrán callar. A tu boca, las gracias por reír cada beso y por morder cada palabra con la sutileza que la caracteriza, que hacen que sea una, que hacen que sea tuya, que hacen que nunca sea mía, y que hace que yo aún no lo sepa. A tu pecho, las gracias por resguardarme del aire y no dejar que corriera la más mínima brisa entre tú espacio y el mío. A tu espalda, las gracias por dejarles a mis dedos deslizarse tan despacio que elevaran todos tus sentidos a un nivel que ni tú sabias que existía y del cual sigues acordándote cada vez que te susurro de muy cerca una noche de cada cien, en el peor de mis sueños, en la mejor de mis realidades. A tus palabras, las gracias por ser las más mentirosas y más reales que unos oídos hayan oido nunca, y las más sordas, las más mudas y las más ciegas. De echo, yo todavía no las he querido oír.
Y si no te conformas, siempre puedes cobrarles a mis labios tus miradas. llenas de cientos de no pudo ser. Y si no te va bien, siempre puedes brindar con esta boca cuanto te ha encantado, cuanto te encantaría y cuando te encantará en el momento en que te deje de ir tan bien.